domingo, 21 de octubre de 2018

Aquí estamos

Hola
Os acordáis de mi? Yo era una persona muy distinta la última vez que escribí en este blog. Estaba muy sola, y todos ustedes que me leían sean pocos o muchos fueron parte de las razones por las que seguí adelante. Desde la última vez que aparecí por aquí he perdido amigos, he llorado mucho, he sentido rabia y he odiado, he crecido y a ratos he prosperado, he reído, he amado, me han roto el corazón y he recogido los pedazos, he aprendido y he olvidado y aquí estoy. Pasaron muchas cosas malas entre medio que quizá debería haber compartido y tuve bajos muy bajos pero ahora estoy bien. Aún guardo resentimientos y no he superado todo lo que me pasó entre el 2013 y el 2015, pero estoy bien y he luchado mucho para poder decir eso.
Estudio Medicina. No es fácil y no era mi primera opción, pero me gusta y me hace soñar con el futuro.
En mi último año de escuela me cambié de colegio y fue la mejor decisión que pude haber tomado. Me dio amigas duraderas y una nueva mirada de quién era y de cómo era el mundo.
Ya casi no escribo. No porque no me gusté o porque no tenga ganas sino porque apenas tengo tiempo, pero bueno, he hecho bastantes sacrificios por mi carrera.
En fin que he estado pensando bastante en ustedes que me comentaban y me hacían sonreír en esos años en que nadie más lo hacía. Probablemente la mayoría de vosotros habéis dejado blogspot como he hecho yo, pero si algun@ sigue por ahí y quiere ponerse al día como un par de viejos amigos que sepáis que aquí estoy y que os debo mucho.
Aquí estamos
Fabianna

jueves, 1 de mayo de 2014

Ángeles

Dicen que los niños pequeños son ángeles. Que al morir sus almas bajan a acompañarnos y no nos dejan solos. Dicen que son ángeles...
Siempre lo veía pasear por la calle. Era en aquellos tiempos en que existía la llamada "vida de barrio" y siempre que brillaba el sol, las calles se llenaban de niños correteando. Y por supuesto, estaba él.
Era uno más de los muchos transeúntes que se veían por allí. Bastante viejo, con un abrigo desgastado y un aspecto de cansancio permanente. Lo veíamos todos los días. Siempre paseando y caminando lentamente, siempre con la pequeña en brazos.
El primer verano que lo vi, yo tenía seis años. Apenas si había empezado a calentar, pero el sol pegaba fuerte y ya no soportaba el encierro invernal. Así que salí a la calle a jugar. Todos estaban afuera. Bebés, adolescentes y aquellos como yo, atrapados en el medio. Estábamos persiguiéndonos cuando Elsa, con la discreción que siempre la ha caracterizado, empezó a señalarlo y a chillar. No era el primer anciano que veíamos por supuesto, y en aquel entonces no era más que una hombre algo mayor, pero el asunto es que era enorme. Ahí estaba con casi dos metros de altura, y unos hombros tan anchos que  parecía imposible que cupiese por ninguna puerta. Y ese mismo hombretón del tamaño de un oso, con unas manoplas gigantescas, acunaba delicadamente a un bulto rosa. La bebé estaba oculta entre varias mantas, pero podíamos escuchar los gorgoritos que hacía cada vez que el hombre la alzaba en el aire. Anciano y bebé, gigante y pequeña, ambos juntos paseando por la calle.
Con el tiempo se convirtió en una escena frecuente. El hombre oso y la pequeña bebé. Ahora que lo recuerdo, nunca vimos a los padres de la pequeña. Quizá estaban demasiado ocupados para sacarla a pasear, o quizá nunca estuvieron.
El gran hombre siempre la sacaba a pasear antes del mediodía, avanzaba calmadamente y sin prisas, pero nunca se detenía para que la pequeña jugase con los demás niños. Estaba en su mundo. Cuando miraba a la bebé, para él no existía nada más. Lo único en el universo era su risa y sus ojillos brillantes cuando la hacía saltar. Era su pequeña; era todo su mundo.
La niña fue creciendo y el anciano envejeciendo. A medida que la niña se hacía más alta, su acompañante se encogía un poco. Progresivamente se encorvaba, y un día, ya no era el sorprendente hombre oso.
Pero hay cosas que no cambian. La risa de la pequeña era una de ellas. Incluso cuando aprendió a caminar, el anciano la sostenía en sus brazos mientras avanzaban por la calle y la lanzaba por los aires, sonriendo cuando ella lo hacía.
Cuando la niña ya tenía tres años, comenzamos  ver como era ella la que guiaba a su abuelo. Comenzamos a ver como mientras la niña corría, el anciano se iba quedando atrás.
Era un espectáculo extrañamente conmovedor. Era la forma en que eran las cosas. El joven sobrepasa al más viejo y poco a poco lo va dejando atrás. Es como son las cosas.
Pero, todos saben que las cosas rara vez salen como deberían.
Los veranos pasaron, los veranos llegaron, y así también llegaron los inviernos. En estos las calles guardaban silencio. La lluvia caía en forma torrencial y todos se resguardaban del frío y la humedad. En esos días, nos acurrucábamos bajo las mantas y compartíamos tazones de sopa y leche tibia. Era invierno, y en invierno las calles guardan silencio. Pero ese año el invierno no se quedó en las calles.
Llovía a mares, el agua formaba riachuelos que fluían por las avenida como una fuerza implacable. Yo estaba sentado frente al ventanal mirando como los relámpagos hendían la noche. A salvo con mi taza de leche.
Y ahí estaba él, paseando con los brazos vacíos.
Lloviese o nevase el anciano estaba ahí, paseando con la pequeña, sonriendo cuando la arrojaba al aire. El asunto es que nadie más la veía. A ojos de nosotros los niños del barrio, sus brazos cargando el aire y haciéndolo saltar, sus ojos tristes y sus sonrisas sin razón no eran otra cosa que locura.
No era que la locura nos fuese algo ajeno. Habían unos cuantos locos del barrio que nos eran familiares. Todos inofensivos; algunos le hablaban a la nada y otros se limitaban a quedarse quietos como estatuas, hasta que poco a poco se hacían parte del paisaje. Lo mismo ocurrió con el anciano. Para nosotros siguió siendo aquel abuelo jugando con su nieta. Solo que la nieta estaba muerta, y el abuelo estaba vivo.
Ni un solo día faltó el anciano a su paseo diario. En todo el tiempo que viví en aquella calle, el anciano siguió con su recorrido sonriéndole siempre a su pequeña niña; a su razón de vivir.
Yo pasé de niño que correteaba en la calle a adolescente recluido. De joven emprendedor a trabajador comprometido. El anciano siempre estuvo ahí con su nieta. Y cuando yo abandoné aquella calle y vendí la casa, no pude dejar de esperar al encorvado hombre oso con la niña risueña.
Siempre estuvo ahí, recordando. Y ahora soy yo quien vive de sus recuerdos. Supongo que el anciano estará muerto. Supongo que murió sonriendo, porque a su lado estaría su pequeña.
Dicen que los niños son ángeles, que bajan a la tierra para alegrarnos a nosotros simples mortales con su inocente pureza. Dicen que los niños son ángeles, y debe de ser verdad.
Porque solo un ángel le daría a un hombre roto una razón para sonreír.

martes, 17 de septiembre de 2013

I like your smile :)

Hola a todos!, he estado bastante ausente en este y mi otro blog, pero intentaré ir retomando las cosas. Hoy os traigo un pequeño (pequeñísimo) relato que encontré en un viejo cuaderno. No sé de cuándo será y la verdad no es gran cosa, pero quería compartirlo.

I like your smile

Me gusta verte sonreír. Es la luz que ilumina este lugar tan gris; es el alimento de mi corazón a falta del alimento para mi estómago; es una de las pocas razones que me convencen de seguir viviendo. Es increíble como, en medio de esta miseria, tú encuentras razones para sonreír.





domingo, 11 de agosto de 2013

Jane

Recuerdo cuando el barco llegó aquí. No era el primero, tampoco sería el último, pero lo recuerdo especialmente, porque ese día fue el día en que mi hermano regresó a casa después de tres días perdido en el bosque nevado. En ese barco llegó ella. La chica. No era nada fuera de lo común. Otra hija de una familia obrera. Flacucha, con las piernas y los brazos huesudos y demasiado largos, el corto y descolorido pelo castaño claro cayéndole en desordenados mechones sobre la frente. Su rostro estaba sucio y pálido, de un color enfermizo y unas enormes ojeras que enmarcaban unos ojos marrón hundidos en el rostro. Nada especial. Precisamente porque era exactamente igual a todas las chicas que iban en aquellos barcos no la miré dos veces. Jamás supe su nombre, hasta aquel día.
Recuerdo que sentí compasión por los tripulantes de aquel barco. Si esperaban una vida mejor que la que llevaban en Inglaterra, pues ya podían dar media vuelta e irse por dónde vinieron. Cuando los nuevos colonos bajaron del muelle, lo primero que hicieron fue detenerse al pie de la inestable pasarela de madera y observar con ansias aquel mundo nuevo, que como todos prometía mucho...otra cosa era que cumpliese sus promesas. Frente a ellos se alzaba Jamestown, un agrupamiento de edificaciones de madera húmeda rodeadas por una barrera de madera que si bien no era muy alta, bastaba para defendernos de los indios. Fuera del pequeño muro había unas cuantas granjas desperdigadas por las laderas y a su alrededor se extendía la costa, una intrincada maraña de oscuros bosques nevados e impresionantes peñascos. Sabía por los que habían venido antes, que no todos ellos eran granjeros, pero era fácil adivinar por sus ceños fruncidos que incluso aquellos acostumbrados a ciudades y chimeneas notaban lo difícil que sería cultivar siquiera una miserable verdura en aquella tierra dura y helada.
Acompañamos a los recién llegados al fuerte y les entregamos palas y azadones para trabajar la tierra. Le di un rastrillo a un niño escuálido que se aferraba a las piernas de su madre, no necesite más de un vistazo para saber que del siguiente invierno no pasaba.
El tiempo pasó, nuevos colonos siguieron llegando y apenas si era consciente de que ella existía. Un saludo aquí, una despedida allá. Me hubiese gustado conocerla más, pero todos teníamos cosas más importantes de las que preocuparnos. A pesar de todo, estoy seguro de haber sido siempre amable con ella, siempre.
Una noche, el invierno siguiente de la llegada de aquel barco, me desperté al escuchar que alguien aporreaba la puerta de nuestra pequeña casa. Aquello me sorprendió muchísimo. Nuestra casa se encontraba por fuera del muro, por lo que si ya era raro que alguien se tomase la molestia de venir a visitarnos, lo era aún más que lo hiciese en pleno invierno ya entrada la noche. Tan extrañado estaba que tardé unos cuantos minutos en ir a ver por la ventana. Ya habíamos tenido un ataque de los paspegh hace un año. Había que ser cuidadoso. Me asomé entra las cortinas. No pude ver mucho, pero me aseguré de que no eran indios, aquella silueta temblorosa y diminuta solo podía ser uno de los chicos de Jamestown. Le abrí la puerta, pero el muchacho no entró.
-¡La bodega!-lloriqueó-¡Se quema!, ¡la bodega se quema!
Desperté a mi madre a toda prisa y corrí  hacia la bodega. Sabía que no había nada que pudiese hacer, que si el fuego había bastado para enviar a ese chico fuera del muro, ya lo habíamos perdido todo. Pero tenía que hacer algo, tenía que correr, tenía que fingir que aún no era demasiado tarde.
Cuando llegué de la bodega no quedaban más que cenizas, toda nuestra comida, nuestro esfuerzo, ahora solo eran cenizas.
Recuerdo que entonces empezó el hambre.
Las cosechas se perdieron, el grano y la carne escaseaban. Para cuando llegó el siguiente invierno la comida solo era un lejano recuerdo. Comíamos lo que podíamos, primero fueron ratones y serpientes, luego los perros...
Llegó un punto que la desesperación era tan terrible, el hambre tan inmensa, que nos golpeábamos los unos a los otros solo por el derecho de mordisquear un pedazo de cuero. Siendo esa la situación, ¿quién podría culparnos por lo que pasó?.
El hambre ya se había llevado a familias enteras en unos pocos meses. Aquel día, salía caminar un poco. La nieve me quemaba los pies descalzos, pero no me molestaba, distraía mi mente del enorme vacío que sentía en mi estómago. Di un paseo por las callejuelas, rebuscando en busca de comida, lo que fuera. Tanta hambre...
Se formó un pequeño grupo en torno a mí, viejos rostros conocidos y demacrados, todos ellos en busca de algo que morder. Así era como cazábamos, en manada. Entonces escuchamos los pasos. Ni siquiera nos molestamos en escondernos. ¿Por qué hacerlo?
Por la esquina la vi aparecer. A ella. La chica. Me extrañó verla viva, después de todo no era alguien fuerte. Se veía exactamente igual que el resto. Apenas un montón de huesos cubierto de trapos.
No fue algo consciente, pero poco a poco comenzamos a rodearla. Ella, ocupada como estaba acarreando un balde de agua, que en ese punto era lo único que nos quedaba, no lo notó. No hasta que le cerramos el paso. Nos miró a todos, a todos y a cada uno de nosotros, sin comprender muy bien lo que ocurría. Intentó seguir avanzando, pero no se lo permitimos. Dejó el balde en el suelo y entonces el entendimiento apareció en su mirada. Luego vino el miedo, y el horror
Thomas se adelantó con una azada en sus manos. Caminaba lentamente, sin prisas.
-Lo siento muchacha-murmuró apesadumbrado, con la mirada velada por la culpa. En aquel tiempo Thomas todavía pedía perdón, todavía sentía algo de compasión, todavía...
La chica abrió mucho sus ojos, la mirada fija en la azada. Fue valiente. Luchó, derribó a varios con el balde, pero éramos demasiados, y el hambre era demasiado grande.
Por la noche, todos teníamos el estómago lleno. A algunos nos remordía la culpa. Aún hoy, pienso en las miradas que esa chica lanzaba. No había tristeza, no había comprensión, solo había odio y asco en esos ojos, demasiado odio, demasiada hambre.
Recuerdo que estaba en la plaza con el resto de la manada, recostado contra la pared de una casa, cuando un hombre se me acercó, llevando de la mano a un niño.
-¿A qué te supo?-preguntó. No necesité más para saber que era su padre.
Desearía poder decir que le contesté algo poético, algo así como: "a sueños rotos" o "a culpa". Pero todo lo que dije fue:
-A comida-
El hombre me miró largamente a los ojos, sin decir una palabra. Luego se dio la vuelta y se fue caminando, pero antes de irse y desaparecer, dijo lo suficientemente fuerte como para que todos en la plaza lo escuchásemos:
-¡Su nombre era Jane!-
Y se marchó.
Jane. La chica de mis pesadillas. Asesinada por el hambre.
Tanta hambre.

   



*Basado en hechos reales. *O*. Bueno, no del todo reales.

Hola a todos!, cómo les va?
Espero que les haya gustado el relato, no saben el tiempo que llevaba rondándome. Sobre el *, sí hubo canibalismo en Jamestown, efectivamente. Sí, una muchacha de 14 años fue víctima de canibalismo, pero como supondrán, no ocurrió exactamente de esa forma (o quizá sí?), y el nombre de la chica no se sabe, pero se le ha apodado Jane. Disculpad si hay algunas imprecisiones históricas, he tratado de que quedase aceptable en ese sentido, pero si hay una falta indignante por allí, decidmela en un comentario :)
Si os ha gustado dejad un comentario, y si no pues también que todo sirve para algo. Para los que les interesa todo eso de los colonos aquí os dejo un poco de información y un artículo sobre el tema:

*En el invierno de 1608 se produjo un incendio en la bodega de alimentos, además se construyó una capilla y un almacén. El siguiente invierno, una hambruna mató a 200 personas sobreviviendo sólo 60 colonos. Hasta 1610 el 80% de los colonos de Jamestown mueren, produciéndose casos de canibalismo entre los miembros de la colonia inglesa, como el caso de una niña de 14 años analizada en el Museo Nacional de Historia Natural del Instituto Smithsonian* De Wikipedia ;)

http://www.elperiodico.com/es/noticias/ciencia/primeros-colonos-ingleses-america-practicaron-canibalismo-2379753

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Saludos :D




sábado, 10 de agosto de 2013

La vida es sueño...

Esos momentos en los que todo es tan perfecto que parece un sueño
En que eres tan feliz
Que se te olvida que en algún momento hay que despertar
Ese instante en que te niegas a abrir los ojos
Porque despertar no vale la pena
Porque las cosas están mejor así
Porque eres tan feliz
Nadie quiere despertar
A la realidad que nos aguarda
Ese momento en que tienes todos lo que quieres
En que lo que pasaste para llegar ahí
Ya no es tan importante
En que se te olvida que así como hay sueños
También existen las pesadillas
Porque la vida es sueño
Y tarde o temprano
Tendrás que despertar

(Pero sabes qué?, me importa una mierda!, muy abiertos tendré los ojos, pero soñar es gratis y quizá algún día descubra que hay sueños que se hacen realidad)


sábado, 27 de julio de 2013


Hola a todos!, sé que he estado ausente, pero mi inspiración se ha ido sin avisar. Y con ese problema, no hay mucho que hacer la verdad. Pero el caso es que mientras busco ideas para el capítulo de mi otro blog En las Alas del Sinsajo (vamos, haced click en el nombre), se me ha ocurrido esto, por el momento es solo una especie de "sinopsis", pero estoy trabajando en el primer capítulo a ver si sale algo decente. Decidme que os parece en un comentario, ya sea que pensáis que tiene buena pinta, o que es una basura que va para el baúl de las historias olvidadas.



                     



Mi nombre es Justice. Bueno en realidad es algo así como un nombre "artístico", pero nadie le da demasiada importancia. Como dice mi nombre, yo hago justicia, yo soy la justicia. El caso es que la justicia no deja siempre a todos contentos. No es que me importe demasiado, tengo amigos poderosos, amigos que me protejen, amigos a los que mataría sin dudarlo si me ofrecen una protección mejor. Yo soy Justice, yo soy justicia, yo soy por así decirlo, la mano dura de la ley. Y cuando la justicia viene a por ti, no hay nada, nada que puedas hacer para escapar.
¿He sido clara?



lunes, 15 de julio de 2013

Sabemos que estamos terriblemente equivocadas, pero somos muy orgullosas para admitirlo. Y así son las cosas, y no haremos nada para cambiarlo.

Cute Ghost Boo